Nos hace mucha ilusión publicar aquí el relato ganador de nuestro CEPA para el XIX Certamen Literario InterCEPAs, celebrado este curso y coordinado por nuestro compañero Luis Miguel Ríos. Gracias a los profesores de Lengua castellana: Luismi, María, Manuela y Laura, por fomentar la escritura entre los alumnos del centro y gracias a todos los participantes, especialmente a Juanes por escribir un relato tan bello. Aquí lo tenéis:
El sentido
En un pueblo
pequeño, donde el tiempo parecía haberse detenido, vivía una mujer llamada
Clara. No era una mujer extraordinaria, al menos no a simple vista. Tenía una
rutina tan predecible que los vecinos podían adivinar sus movimientos con solo
mirar el reloj. Se levantaba al amanecer, paseaba por el campo con su perro
viejo, compraba pan en la única panadería del pueblo y regresaba a su casa, una
casita de piedra con ventanas siempre cerradas. Pero Clara guardaba un secreto,
algo que nadie en el pueblo habría podido imaginar: ella no temía a la muerte,
sino a la vida.
Clara había llegado al pueblo hacía años, escapando de algo que nunca
mencionaba. Los vecinos murmuraban sobre su pasado, inventando historias que
iban desde un amor trágico hasta un crimen no resuelto. Pero Clara nunca
confirmaba ni desmentía nada. Simplemente vivía, o más bien, sobrevivía. Para
ella, la vida era algo extraño, casi ajeno. Cada día era una lucha silenciosa
contra una fuerza invisible que la empujaba a seguir adelante, aunque no
supiera muy bien por qué.
Una tarde, mientras paseaba por el bosque cercano al pueblo, Clara encontró a
un hombre sentado en un tronco caído. No era de por allí; su ropa era demasiado
elegante para el lugar, y su mirada tenía una intensidad que desentonaba con la
tranquilidad del bosque. El hombre la miró y sonrió, como si la hubiera estado
esperando.
—Lo raro es vivir, ¿no crees? —dijo, sin más preámbulos.
Clara se detuvo en seco. Esas palabras resonaron en su mente como un eco que no
podía ignorar. ¿Cómo era posible que aquel extraño hubiera dado en el clavo de
su mayor conflicto? Se acercó con cautela, como si temiera que el hombre fuera
una ilusión que desaparecería al menor descuido.
—¿Qué quieres decir? —preguntó, intentando mantener la voz firme.
El hombre se encogió de hombros.
—Todos hablan de la muerte como si fuera el gran misterio, pero nadie se
pregunta por qué vivimos. ¿No te parece extraño? Estamos aquí, respirando,
sintiendo, pensando, como si fuera lo más natural del mundo. Pero, ¿qué es la
vida, realmente? ¿Por qué seguimos adelante, día tras día, cuando todo parece
tan absurdo?
Clara no supo qué responder. Esas preguntas la habían perseguido durante años, pero nunca las había compartido con nadie. Y ahora, allí estaba, frente a un desconocido que parecía leer sus pensamientos.
—No lo sé —admitió finalmente—. A veces siento que estoy esperando algo, pero
no sé qué es.
El hombre asintió, como si comprendiera perfectamente.
—Tal vez la vida no tenga un sentido en sí misma. Tal vez el sentido lo creamos
nosotros, con nuestras decisiones, con nuestras acciones. Lo raro no es vivir,
sino darse cuenta de que estamos vivos y decidir qué hacer con eso.
Clara lo miró
fijamente, tratando de descifrar sus palabras. ¿Era aquel hombre un filósofo
perdido en el bosque? ¿O acaso un mensajero enviado para darle una respuesta
que llevaba años buscando?
—¿Y tú? —preguntó—. ¿Qué haces con tu vida?
El hombre sonrió de nuevo, pero esta vez su sonrisa tenía un matiz de tristeza.
—Yo ya no tengo que decidir nada. Mi tiempo aquí terminó. Pero tú aún tienes
una oportunidad. No la desperdicies.
Antes de que Clara pudiera decir algo más, el hombre se levantó y se alejó por el
sendero, desapareciendo entre los árboles. Ella lo siguió con la mirada,
preguntándose si todo había sido real o simplemente un producto de su
imaginación.
Esa noche, Clara no pudo dormir. Las palabras del hombre resonaban en su mente,
como un mantra que no podía ignorar. "Lo raro es vivir." ¿Y si tenía
razón? ¿Y si la vida no era algo que debía temer, sino algo que debía abrazar,
con todas sus incertidumbres y contradicciones?
Al día siguiente, Clara hizo algo que no había hecho en años: abrió las ventanas
de su casa. La luz del sol entró a raudales, iluminando cada rincón de aquel
lugar que había sido su refugio y su prisión. Salió a la calle y saludó a los
vecinos con una sonrisa, algo que tampoco había hecho en mucho tiempo. Y, por
primera vez en años, sintió que algo dentro de ella comenzaba a cambiar.
No fue un cambio drástico, ni repentino. Fue algo sutil, como el primer brote
de una semilla que finalmente encuentra la luz. Clara siguió con su rutina,
pero ahora había algo diferente en ella. Ya no vivía por inercia, sino por
elección. Había decidido que, aunque la vida fuera extraña y a veces
incomprensible, valía la pena vivirla.
Autor: Juanes, Secundaria Nivel II
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